Antes de que nuestro momento se
evapore del todo, quiero decirte que me has enseñado muchas cosas. Recordaré
toda esta historia como se recuerda una buena cerveza: amarga, fría, y en
deliciosa comunión con el calor. Porque es cierto también que hemos sudado
mucho, que ambos tenemos las manos húmedas de tanto buscarle la ciencia a las
letras.
Quiero
decirte que me has enseñado a codificar mis pecados con la elegante retórica de
las putas de hoy, a desenvolverme con elocuencia en la semántica de una
soberbia guarra posmoderna.
He
desarrollado un séptimo sentido para imaginar casa en el mar, niños y perro mientras
tú me adelantabas por la derecha. He aprendido a leer tu pupila como una bola
de cristal, en la que adiviné mientras follábamos la visión de nuestro último
polvo. Pude intuir un adiós dulce, como son las cosas que sólo existen tras
los graffitis de las ventanillas de tren.
No he aprendido aún a pasar
página, pero sí a despegarme del papel, aunque me queme. Ahora sé saltar hacia el
futuro como si me tirara a bomba en un charco de petróleo.
Como ves, he aprendido muchas
cosas, muchas más de las que tú me has enseñado. Por todas ellas, y por las que
ya no están por venir, de corazón,
muchísimas gracias.