miércoles, 21 de octubre de 2015

           
           Pregúntate por qué apagas la radio del coche, por qué vives en silencio. Acaso temes escucharte latir la vida, ahora que la piel duele de callar tanto calor. Quizás retumbe aún bajo los tubos de escape el susurro de las consonantes rasgadas al oído y alcances a oírte rebosar electricidad.
 Pregúntate por qué llegas a casa y no enciendes la luz. Temes que los faros de los coches prendan bajo tu ombligo, que la tele del vecino te ilumine las arrugas de los pómulos, que el último cigarro te proyecte la locura en los párpados como diapositivas de tu nueva vida en llamas. Los trazos en portaminas, la oportuna gorra, los brazos cruzados, el labio mordido, los ojos ausentes buscando respuesta en la nada. Lo real bestial de nuestro ser sobre los muslos a tres días de distancia.
Pregúntate por qué tres dedos en la cintura es la medida del tiempo que tardarás en desplomarte. Pregúntate por qué tiemblas y escribes sobre temblar. 
Pregúntatelo.
De qué tienes miedo.





sábado, 17 de octubre de 2015

Si no se tiembla


Tus ojos ya eran tan inmensos y tu mente y tus palabras tan hipnóticas mucho antes de tantas cervezas y mis mensajes ridículos de los excesos.
Te regalé ya antes de la tormenta un par de tardes y cientos de cambios de clase; me dediqué a buscar razones por las que no suicidarme en esos ojos tan hipnóticos y en lo inmenso de tu mente y tus palabras. Motivos por los que no prenderse con la lumbre de una rutina rebosante de vocación y oculta sabiduría; de un corazón quizás impermeable, de un instinto con apagado automático ante la voluntad preestablecida. No hallé más que la sombra de la soledad y el miedo. Pero tus ojos eran tan inmensamente hipnóticos y 
tu mente y 
tus palabras.
Entonces recordé que "este pedazo de tiempo no significa nada si no se tiembla", y me dio por armar una nube que no tardó en preñarse de lluvia y no me importó calarme de ti hasta los huesos.
Ya debes saber que hablo demasiado para ser un animal tan subterráneo, que me visto de palabras contra el miedo. Sé de ti más de lo que debería y menos de lo que permite ese halo de oportuno misterio que parece evaporarse a dos centímetros de tus ojos. Sé también que cada vez que me sonríes te conviertes en la encarnación de mis desórdenes pendientes. Quisiera ser capaz de guardarte en silencio y simplemente pensar qué guapo estás, qué bien te queda la chupa y qué bien combina con tus ojeras de profe orgulloso.
Pero me ha tocado decidir que me quedo un rato a vivirte, que me queda papel para fumarme tu bendito cinismo si se nos agota el diluvio o las fuerzas para remar contracorriente. Me da rabia saber que sabes que me estoy pintando de valiente para atreverme a cantarte algún día un si tú me dices ven, un sé que esto puede acabar en catarsis pero ven a ordenarme si te atreves.