miércoles, 21 de octubre de 2015

           
           Pregúntate por qué apagas la radio del coche, por qué vives en silencio. Acaso temes escucharte latir la vida, ahora que la piel duele de callar tanto calor. Quizás retumbe aún bajo los tubos de escape el susurro de las consonantes rasgadas al oído y alcances a oírte rebosar electricidad.
 Pregúntate por qué llegas a casa y no enciendes la luz. Temes que los faros de los coches prendan bajo tu ombligo, que la tele del vecino te ilumine las arrugas de los pómulos, que el último cigarro te proyecte la locura en los párpados como diapositivas de tu nueva vida en llamas. Los trazos en portaminas, la oportuna gorra, los brazos cruzados, el labio mordido, los ojos ausentes buscando respuesta en la nada. Lo real bestial de nuestro ser sobre los muslos a tres días de distancia.
Pregúntate por qué tres dedos en la cintura es la medida del tiempo que tardarás en desplomarte. Pregúntate por qué tiemblas y escribes sobre temblar. 
Pregúntatelo.
De qué tienes miedo.





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