Tus ojos ya eran tan inmensos y
tu mente y tus palabras tan hipnóticas mucho antes de tantas cervezas y mis
mensajes ridículos de los excesos.
Te regalé ya antes de la tormenta
un par de tardes y cientos de cambios de clase; me dediqué a buscar razones por
las que no suicidarme en esos ojos tan hipnóticos y en lo inmenso de tu mente y
tus palabras. Motivos por los que no prenderse con la lumbre de una rutina rebosante
de vocación y oculta sabiduría; de un corazón quizás impermeable, de un instinto
con apagado automático ante la voluntad preestablecida. No hallé más que la sombra
de la soledad y el miedo. Pero tus ojos eran tan inmensamente hipnóticos y
tu
mente y
tus palabras.
Entonces recordé que "este pedazo de tiempo no significa nada si no se tiembla", y me dio por armar una nube que no
tardó en preñarse de lluvia y no me importó calarme de ti hasta los huesos.
Ya debes saber
que hablo demasiado para ser un animal tan subterráneo, que me visto de
palabras contra el miedo. Sé de ti
más de lo que debería y menos de lo que permite ese halo de oportuno misterio
que parece evaporarse a dos centímetros de tus ojos. Sé también que cada vez
que me sonríes te conviertes en la encarnación de mis desórdenes pendientes.
Quisiera ser capaz de guardarte en silencio y simplemente pensar qué guapo
estás, qué bien te queda la chupa y qué bien combina con tus ojeras de profe orgulloso.
Pero me ha tocado decidir que me quedo un rato a vivirte, que
me queda papel para fumarme tu bendito cinismo si se nos agota el diluvio o las fuerzas para remar contracorriente. Me da rabia saber que
sabes que me estoy pintando de valiente para atreverme a cantarte algún día un
si tú me dices ven, un sé que esto puede acabar en catarsis pero ven a
ordenarme si te atreves.
No hay comentarios:
Publicar un comentario