Madrid sin niebla a las 7 de la mañana y yo sentada en un banco de Santa María de la Cabeza vomitando de nerviosismo puro tres tragos de cocacola y un (otro) chupito que no nos hizo más machos sino que logró hacernos acabar rodando por el piso y desordenándonos la ropa por el camino y prometiéndonos besos de reserva.
Volvimos a perdernos y a encontrarnos en esa vorágine de piel ya no tan ajena, de recuerdos del mal sexo de nuestra adolescencia y de benditas guarrerías dichas de labio a labio. Sudor en la espalda, y carne tibia a raudales, y dedos deslizándose por todas partes, y concursos de natación en tu mirada de playa. Quedar exhaustos de tanta incógnita, de tanto magnetismo de improviso, de locuras y palabras y noches que se queden quizás demasiado grandes para el verdadero universo, ese de ahí fuera, ese que desintegramos más encima que debajo de la funda nórdica.
Y de pronto nos damos una ducha de realismo, y ahí estoy, en Santa María de la Cabeza a las 7 de la mañana esforzándome por vomitar un poco más lejos para no molestar a un mendigo. Y luego regresar y dormir y despertar y no entender nada. Y asumir que los sueños existen y que duele a veces. Que dejar la madriguera es arrancarse y crecer siempre da dolor en las rodillas.
Y entonces te recuerdo rebosando el colchón y escondiendo la playa detrás de los párpados. Con el abrigo puesto, te acaricio el vientre asimétrico y te doy un beso en la nariz. Te sale susurrarme sin darte cuenta. "No te pierdas por ahí. Me ha costado demasiado trabajo encontrarte".
wau. mola(s). gracias por la visita y el piropazo. voy a espiarte.
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