Qué tendrá la velocidad y el
oxígeno quemado de mi Volkswagen Passat superviviente. Tu recuerdo hecho
asfalto a más de 140. Sólido y tan parte de la A2 como las armónicas de Quique
González de las líneas discontinuas. O la poesía de Gilles Deleuze en Nochevieja, o las hormigas en las hojas crujientes de los adolescentes de otoño.
Se me ha escurrido el año entre
libros y trasbordos. Pero en mis ratos libres sigo remendando tu sonrisa bajo
las farolas, tu asombro en claroscuro. Tu frente tan arrugada como aquella
falda mía, entera en la cintura, mi bolso en tus manos como un paquete bomba,
mi ebria naturaleza fluyendo indigna entre dos parachoques, sin resguardo
femenino que valiese.
Pero ya es cierto: Madrid-Berlín, 4
de octubre. Sólo ida. En fin, te dejas hacer. Me dejas deshacerme, hecha un
bestiario, en esta certeza irreversible de vivir en mitad de mí y seguir sin
enterarme. Sumida como siempre en la resaca de las ilusiones absurdas.
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