domingo, 8 de diciembre de 2013

Soneto a la puta lámpara del salón con la que, fruto más de la ebriedad que del despiste, nos vamos a abrir la crisma cualquier noche de sábado.

A Carlos y a Míguel.



Oh lámpara redonda que me dañas 

allá de donde vienen las ideas, 
esfera luminosa que rodeas

los átomos perfectos de estas almas; 



tú, óvalo eléctrico que arañas 

la droga con amor de las cabezas,

el funky sin locura de los petas,

el whisky que alimenta las migrañas; 



tú que mueres en las habitaciones, 

tú que vives en todas las botellas,

tú que iluminas nuestras juventudes, 



no dejes de rumiar desde tu altura

la cálida resaca que atesoras:
calla sólo cuando se mueran las cuerdas.





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