"El tiempo como destellos brillantes, como un perpetuo pestañeo. Vivir bajo el eterno efecto de abrir los párpados y que todo haya cambiado.
De repente he abierto los ojos y estaba
aquí, en mayo, extenuada por los
efectos del trepidante ritmo latino que templa la habitación de al lado. No hacía mucho que mis ojos se habían cerrado por última vez en una fría madrugada de principios de diciembre, cuando caí en la cama agotada por el alcohol y el peso de mi
locura transitoria. Dormí dos horas, me levanté aún ebria. Me tomé un café sentada sobre la maleta, sintiendo el agua sucia y caliente elevando la temperatura de mi estómago arrugado. Era, probablemente, la mañana más fría que he tenido el
gusto de disfrutar en París.
No recuerdo cuántas veces escuché la sintonía hipnótica de la SNCF durante aquellas dos horas,
mientras lidiaba contra el sueño en la gélida gare de Saint Lazare. Porque aquel fin de semana fue eso, un
sueño, un delirio. Sigo creyendo que ese tren me llevó a un universo paralelo donde el invierno se transformó un rato en una primavera tibia y oscura. El tiempo fue una bruma sin sentido desde que sentí el olor húmedo de tu sudadera hasta que se fundió en el cristal del tren el vapor en el que me regalaste un par de
palabras.
Y llegué a aquella casa, a aquella cama
infinita donde no logramos encontrarnos. Y por fin, la paz. Me envolví en la funda nórdica como el regalo de unas navidades pasadas. Sólo desperté para volver a caer en el dulce sueño de tus palabras. Nos contamos un cuento y nos volvimos a dormir.
Dormida pero despierta, bajo la suave
diagonal del tejado, me deslicé por ese sábado como por todos
los que estaban por venir. Sobreviví sin beber
agua, drogada por la conversación amable y el
intercambio sin prisas de momentos de nuestro pasado infeliz, frase a frase, verso a verso, capítulo a capítulo de otros
veintipocos como los míos. Me ataste a ti desde dentro, de una manera hábil y sigilosa, en un silencio sólo alterado por el
crujir del edredón. Me anudaste el corazón dejando un hilo hacia afuera, sacándome por la boca un colgajo sentimental aún indefinido. Quiero pensar que está atado a ti con firmeza, que sigue conectándonos aún hoy, aún a nuestra manera.
Y luego volví a París, y de pronto fue invierno, y de repente
las mariposas ni habían sido siquiera gusanos de seda. Y las
palabras quedaron enterradas bajo la nieve, y los cuentos se quemaron al amor
de la chimenea.
Sólo quedó un manojo dobles sentidos brotando de entre la
mala hierba de los recuerdos. De entre esos hierbajos que crecen en la primavera de verdad,
de los que brotan sin querer unas flores violetas que siempre resultan ser las más hermosas del prado."
París, mayo de 2010.
Documentos sorpresa en una tarde gris de olor a flor violeta.