lunes, 23 de abril de 2012


Él escondía su nobleza detrás de un brillo de hachís en la mirada. Yo tenía buenas notas y muchas ganas de encontrarme a algún canalla. Quizás por eso decidí jugar a las películas, y cuando volvimos a vernos acabó calentándose los pies con el pliegue de la goma de mi sábana bajera.
Con el tiempo, él se dio cuenta de que yo escondía la lascivia de puta pequeñita detrás de mi perfeccionismo, y yo de que, cuando se le pasó la fumada, la nobleza la tenía tatuada en las córneas.
Entonces, las agujas de mi reloj debieron jugársela todo a una.
Hoy amanezco, en esta primavera postiza, con un sol que desafía al tratado de Kioto y le hipoteca la sombra a antenas y chimeneas. Pero a ti no te importa que ya me huela el aliento a café con leche, ni a mí que me hagas daño cuando me desenredas los rizos del cuello.
Subo la persiana. Hay girasoles sobre los tejados. 


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