“No estoy limpia. Vengo de un cuento de hombres y
mujeres tan verdad y mentira como cualquiera. No hace falta contar lo que se ve
en mis brazos, lo amordazado de mis ingles. Tú sabes. Yo aprendo. Esa es la
parte buena del negocio. Que estoy dispuesta. Quería decírtelo personalmente
mientras te abro la boca para que puedas devorarme. Me pongo así en tus manos y
empieza el juego. No estoy limpia. Atrás se quedan cosas que me han dejado
estrías en la tripa, rayas blancas, brillantes, en las que puedes colocar tu
lengua para que lama a trompicones la inexperiencia que dan los años, las
señales que delatan mi edad de árbol. Empezaré soplando el color de tu carne.
La acercaré a mis labios, me hundiré en el sabor de cada trago como si fueras
mi nutriente. Luego, cuando conozca tu grado de acidez, llegaré a más. No habrá
contemplaciones. Seré una plaga de dedos que entren y salgan y arañen, froten,
lleven y traigan líquidos y olores. Seré dientes que hagan crujir tus huesos y
arrebaten las regiones más blandas. Seré una pierna dúctil y escurridiza
anudada en tu origen. Me ensartaré en todos tus extremos hasta verme inundada.
No estoy limpia. Ya lo ves. No es necesario que me tapes ahora. No es
necesario. No tengo nada que ocultar. Las manchas que arrastramos son las que
nos dan forma. Ahora quiero que te quedes aquí, que me dejes hacer, que me
dejes hacerme.”
Del poemario No
estoy limpia, de Inma Luna (Baile del Sol, 2011). Ella es una sonrisa con
rizos capaz de hacer enmudecer con una poesía tremendamente corporal.
El poema está entre los tesoros que he
encontrado tras dejarme convencer a terminar un día redondo en la presentación
de La indiscreta, una nueva revista digital que promete mucho mucho. Además de leerse algunos poemas del primer número, se han dado adelantos del segundo.
Insisto, al loro con los indiscretos. Darán que hablar. Y que sentir.
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