Ese ser, que me saca de todas las
casillas. Que me extirpa con reggae
el aburrimiento. Con quien comparto baño, y quien me regala un valle de toallas
húmedas cada mañana. Que es capaz de inyectarme en vena litros de tranquilidad;
a mí, todo cortocircuito, es él mi toma de tierra. Ese ser de alma
paquidérmica, bajo cuya piel de cuero repujado se esconde un espíritu trazado a
tiralíneas. Todo curiosidad y borbotones de oculto conocimiento, que de vez en
cuando deja brotar en forma de cuchillada irónica.
Ese ser, al
que estrangularía por desesperación en unos momentos y en otros pasaría con él la
eternidad mirando en silencio el horizonte.
Ese ser es mi hermano.
Hoy hace 23
años que ese ser apareció en mi vida, o más bien irrumpió en ella de golpe y
porrazo, como siempre. Nos jodió la siesta de un día de bochorno. Nos pilló
desprevenidos; mi madre parió con el vestido puesto. Yo tenía 17 meses y
hablaba de más, así que le robé el protagonismo y las palabras durante cerca de
3 años. Tardó en darse cuenta, pero reaccionó a su manera. Estalló de pronto y
abolió su esclavitud. Desde entonces, convivimos en un mutuo acuerdo de paz, que
se rompe sólo por culpa de aquello que nos une y nos separa: nuestro profundo
amor por ir a nuestro puto rollo.
Así que
felicidades, ser. Estás en mí como eres tú, agazapado en silencio, camuflado en
mi cabeza en constante ebullición. Y a veces, cuando todo se suspende, surges
de entre las burbujas detenidas, y sin prisa (como siempre), eres el primero en
desenfundar escuadra y cartabón y desmerecer el Parnaso de mi agobio. Por eso
eres y serás el mejor de mis amigos.
Soy como soy
también por ti. Gracias.