martes, 10 de julio de 2012

Lencería



Me hago mayor y me hago mujer, yo que siempre llegué tarde a todo. También a mirarme en el espejo, a hacerme la raya, a ponerme tacones, a que me importara el vello.

A mis 24 he encontrado en la lencería una pasión secreta. Tengo un cajón lleno de ropa interior que desequilibra un poco el precio al que cobro las clases particulares. Resultó que un día fue mayo y reparé en que necesitaba tirantes nuevos para mis clavículas recién nacidas (de pronto me faltan 8 kilos y he debido parir otros huesos). Pero me di cuenta de que en realidad había gastado dinero para mirarme en el espejo y admirar con asombro mis pezones bajo una delicada tela transparente, mi pubis conjuntado con mis pezones, la forma que daban a mis nalgas poco más que dos hilos sobre mis caderas.

Desde entonces, en días como hoy, donde las letras no forman la palabra justa, donde todo está seco, me quito la sucia tristeza de la ropa de andar por casa, me pinto las uñas, y me admiro en mi nueva redondez, la que me da ha dado la poca edad de la que puedo presumir todavía. Y me regodeo frente al espejo en la dicha de que tengo tiempo, y no estrías.


     No me miren así. No busco la absolución. Esto no es vanidad. Es una forma más de masturbación, como otra cualquiera.








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