Me hago mayor y me hago mujer, yo que
siempre llegué tarde a todo. También a mirarme en el espejo, a hacerme la raya,
a ponerme tacones, a que me importara el vello.
A mis 24 he encontrado en la lencería una
pasión secreta. Tengo un cajón lleno de ropa interior que desequilibra un poco
el precio al que cobro las clases particulares. Resultó que un día fue mayo
y reparé en que necesitaba tirantes nuevos para mis clavículas recién nacidas
(de pronto me faltan 8 kilos y he debido parir otros huesos). Pero me di cuenta
de que en realidad había gastado dinero para mirarme en el espejo y admirar con
asombro mis pezones bajo una delicada tela transparente, mi pubis conjuntado
con mis pezones, la forma que daban a mis nalgas poco más que dos hilos sobre
mis caderas.
Desde entonces, en días como hoy, donde
las letras no forman la palabra justa, donde todo está seco, me quito la sucia
tristeza de la ropa de andar por casa, me pinto las uñas, y me admiro en mi
nueva redondez, la que me da ha dado la poca edad de la que puedo presumir
todavía. Y me regodeo frente al espejo en la dicha de que tengo tiempo, y no
estrías.
No me miren así. No busco la absolución. Esto no es vanidad. Es una forma más de masturbación, como otra cualquiera.
No me miren así. No busco la absolución. Esto no es vanidad. Es una forma más de masturbación, como otra cualquiera.
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